Después de varios años de practicar Pilates, he podido observar en mí algunos cambios, unos físicos y otros emocionales.
Hay unos rápidos, que hacen que uno se enganche enseguida, pues después de unas pocas clases de pilates, uno ve mejoras en la postura y niveles de flexibilidad, así como disminución de dolores musculares comunes.
Otros toman más tiempo y requieren constancia, pero son los más anhelados por muchos y cuando se hacen evidentes, los niveles de motivación suben por los cielos; estos son la tonificación y elongación muscular. Los músculos van ganando fuerza y destrezas, y debido al tipo de ejercicios su apariencia se torna definida y estilizada. En algunos casos incluso se evidencian pérdidas de peso y disminución de niveles de grasa en la composición corporal, claro está que para que esto suceda se debe incluir una alimentación balanceada y en general hábitos saludables en la rutina diaria…
Les podría seguir enumerando los beneficios, pero eso se puede encontrar fácilmente en internet. Lo que quiero hacer es contarles mi experiencia personal, en la que lo intangible ha sido invaluable porque ésta práctica me ha regalado la oportunidad de conectarme con mi cuerpo, de conocer sus capacidades y desafiar sus límites. He logrado tener conciencia de mi respiración y de su importancia en el día a día. Practicar Pilates me ha proporcionado una sensación de bienestar que ha devenido en aumento de autoestima, porque cuando el cuerpo está en equilibrio, no solo los músculos se alinean, sino que la cabeza lo nota y no hay razón suficientemente poderosa para interferir con esa paz y fuerza interior.
Al salir de una sesión de 50 minutos, la perspectiva ha cambiado, el cuerpo está suelto y la mente disipada, la sonrisa se dibuja sola y el día, a pesar del clima, cantidad de pendientes, etc. Será bueno.
